miércoles, noviembre 02, 2005

Chismes de oficina III

Era de noche -tarde- el técnico de soporte se desmenuzaba la cabeza en un intento de revivir una laptop (máquina de producir errores portátil, generalmente asignada a una persona con cargo y sin escrúpulos). Su jefe, taciturno y espectante, lo alentaba con frases como:
-Te jugás el pellejo en ésta.
O:
-¿Qué te espera quién? ¡YO te facilito esa comida de negro cuartusero!
El técnico pensaba que debía agradecer la calidad de hombre que lo dirigía. Probo, de alta alcurnia -por su acento-, rostro bronceado y domicilio norteño (más allá de la general Paz, más acá de Paso del Rey). Un tipo especial, pensaba, que se preocupa por mi* dieta, que se revela ateniense en su gerencia democrática.
Las palabras, los insultos del mandatario salían a borbotones, enturbiando el aire con groserías y ocurrencias que el técnico plagiaría -puteadas innovadoras las de la clase acomodada-. Llegó un punto en que, saturados, los oídos se cerraron y la mente se puso en piloto automático. Su corazón de operativo sometido intentó mantener el bajo perfil.
-Tengo que irme y la computadora todavía no anda. ¿Querés unirte a los piquetes, pibe?
Algo en él se quebró. Años después me diría que se le salió la cadena. Me pareció un buen ejemplo de rebeldía proletaria: rotura de las cadenas de control que nos atan a un puesto, a un patrón, a una silla. Gritó:
-No patroncito, no agarre el látigo.
El jefe se quedó tieso.
-¿Me estás cargando?
Movía el dedito, el índice, como dándose aires. El técnico se puso de pie, dejando sobre el escritorio un bonito mouse inalámbrico. Lo miró a los ojos, miró en derredor y levantó las cejas. No había nadie. Apretó los labios para contener el impulso que le trepaba por la garganta: ¡matalo! ¡matalo!
Finalmenet articuló:
-¿Me decías?
El jefe fue bajando el dedito lentamente, empezaba a comprender que ante la ausencia de reprimendas -reales- el poder se vuelve ilusorio, fútil, insuficiente. El empleado era joven y estaba en buena forma. El viejo miró el piso, casi con vergüenza, se dio vuelta y, mientras volvía a su oficina, habló velozmente:
-Mañana hablamos en recursos humanos.
Al otro día lo despidieron. No tuvo inconvenientes con la indemnización. Vagó sin rumbo de consultora en consultora, consiguió otros trabajos (algunos mejores, otros no). Un día salió de copas con unos compañeros y se encontraron: el viejo ya entrando en la pendiente que rueda hacia el cajón, creyéndose dandy con una pendeja de oficina. Él ni pensó en la mina, se acercó con la sonrisa más grande y, levantando el dedito, dijo:
-Esa noche se te llenó el culo de preguntas, ¿eh? No te preocupes, yo reflexioné sobre el asunto: ¿mirá si te cagaba a trompadas? ¡Me iba a ganar el infierno por un gordo light! No macho, las cosas hay que hacerlas en serio. Salí que nos batimos a escarbadientes.
-¿Qué?
El ex jefe -ahora carapálida- se quedó inmóvil, la minita ahogó un gritito de esos que parecen de estupor, como si alguien le fuese a creer. Él los miró serio, después sonrió.
-El miedo es una constante en el universo ¿eh? si salís, te uso el ojo de aceituna. Ando con ganas de mandarme una picada.
El anciano escapó esquivando mesas, enloquecido. Él se quedó ahí, mirándolo desaparecer entre la gente.
-¿No lo seguiste? -pregunté.
-No, me chamuyé a la minita -contestó.
Nos reímos un rato largo, escupiendo cerveza. Entre risas yo imaginaba la cara de mi jefe cuando le propusiera un duelo de escarbadientes.

(no es tan bueno, tampoco es tan malo)



*desnudo psicológico: odio la autoridad.

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