viernes, septiembre 30, 2005

Anotaciones en una servilleta.

Cartas anónimas
en hojas blancas.
Cartas sin mensaje
ni destinatario.

[sin métrica ni estilo, pura porquería]

Jardín nocturno.

Me invaden expresiones de oscuridad, de nocturnos temores. La noche tienta al igual que el abismo de inseguridades que se abre en mi cabeza. ¿Y qué pasa si me dejo devorar? ¿Puede el vacío absorber mi carne? Dudo que la intangibilidad de la nada alcance siquiera a rozarme hasta el día de la muerte, entonces sí, seré suyo junto a la aburrida eternidad.
Busco inspiración en cosas pequeñas, en objetos invisibles para la humanidad. La velocidad de la vida cotidiana borra de un plumazo la complejidad de las cosas simples. El vértigo del éxito -que sé yo- el hambre de campeón, no permiten concentrarse en la profundidad de la vida, en las sensaciones. Me siento invadido por la estéril metafísica de los fracasos: la búsqueda de una nada insondable con el corazón repleto de preguntas que no hallarán respuestas. Insisto en andar por el camino de la duda, que obliga a construir mensajes crípticos de valor cuestionable. Pero el cosmos no vive de absolutos, su variedad -la relatividad de su realidad, que tanto adoro- permite el asombro constante, el descubrimiento de mentiras y verdades que comparten el germen de futuras derrotas.
Y veo la imagen de la ventana, casi una postal de lo imposible: un hombre cortando porciones de la noche, volcando sueños en papel, dando a luz un libro desconocido. Pensando en la dificultad de la escritura me doblo ante los dolores del parto literario: insomnio, hambre, frío y soledad. La incongruencia de esta página no tiene más explicaciones; noche de catarsis.
Mientras el libro crece sueño felicidades de montaña con ojos abiertos, otra parte de mi alma se dobla ante el dolor, ante la imposibilidad de expresar lo que se desconoce. En lo que ignoro de la vida radica el desafío, la búsqueda de un sentido y la forma de explicarlo.
Veo la figura difusa de un ladrón de fantasías corriendo por la noche, un oscuro rufián de la mente que ha robado mi inspiración. Olfateo su rastro de terraza en terraza, una estela de memorias olvidadas.

martes, septiembre 27, 2005

Hijos del ayer.

Lemures: fantasmas de los padres, reflejos de una antigüedad perdida. Me pongo de espaldas en el balcón y lanzo mi alimento: una hoja a medio escribir, una birome, una goma. Los imagino contentos por mi locura, extrañamente lejos, profundamente cerca.
El frío de la noche se hace nítido, lo siento en la piel como una garra que atenaza músculos y huesos. Pobre frío nocturno, no sabe que es el corazón -el de los antiguos romanos y el mío- la fuente del calor que mantiene el rito. Pido perdón a los antepasados e imploro clemencia. Sé que no puedo mirarlos, los ofendería con mi prepotencia.
La puerta del balcón se cierra y pienso en la locura de mis actos: por la ventana tiré un escrito informe, un aborto literario que nunca verá la luz. No importa, me convenzo, es parte del rito: es necesario un sacrificio.
El año que viene volveremos a encontrarnos, tras un mágico velo de noche y bruma; yo de espaldas arrojando sueños, ustedes de frente recogiendo mis tributos.

Niño errante.
(Dedicado a los viejos, que hace dos años viven en Málaga).

viernes, septiembre 23, 2005

Inhibiciones, ¿se dice así?

Ultimamente me retengo frente a la hoja en blanco, como traumado de tanto invento literario desconocido. Entonces rebota una pregunta: ¿escribo para mí o para el reconocimiento? ¿Busco(me) en mis escritos o intento demostrarme? ¡Cómo si fuese fácil explicarse! ¡Qué difícil se me hace hablar de mí, cuando podría inventarme tantas veces!
Estoy solo en una madrugada sin estrellas. Descanso del trajín diario, de la locura ansiosa que precede a mi compra de un trozo de tierra. Es gracioso ver como me altero por una mísera firma, un poco de tinta que me hará soberano de un minúsculo mundo personal.
Escucho música en soledad, me vuelo entre corcheas y acordes. El reflejo del ritmo me hace mirar la ventana, con sus cristales me devuelve la nada de la calle, el vacío de una ciudad sin habitantes. El universo -mi universo- explota con sensaciones de inestable calibre. De a ratos me creo enorme, luego empequeñezco para volver a crecer. A creer.
Una espiral literaria: así me definiría.
La lluvia se desprende de las nubes, cansina. Primero una gotas de avanzada seguidas por un lacrimoso ejército. Quisiera explicar el mundo con sencillez pero lo complejo se me hace inevitable. Hoy me siento positivamente retorcido, como un loco que no toma su medicación a propósito, esperando el delirio, la montaña de incongruencias, el deseo de llevarse puesta la realidad. Pero no estoy loco, ¡cómo podría perder el equilibrio un surfista si eso lo obligaría a renegar de su esencia!
La oscuridad se dobla sobre sí, abrumándome antes de dar paso a los primeros rayos de luz. Un resplandor rojizo asoma allá donde adivino el río. Un amanecer de riberas y soledad. En este día bastardo de noches y amaneceres abundan recuerdos y ganas de un desayuno con facturas.
¡Por qué no!
Algo me impide salir de la casa, siqueira de la habitación. Será la lluvia; una fiaca imposible; las ganas de acurrucarme en la cama y sentirte cerca. Será otra vez la lluvia, que me recuerda un día de tormenta y olas en el que no alcanzaba a ver la playa cuando un sexto sentido me guió encendiéndome el alma. Será el viento, que me despeinaba mientras levantaba la mano para entrar a la cancha en el partido de mi vida. Serás vos, que volves con fuerza desde la cama, como el día en que me convenciste negándome, negándote, negándonos para unirnos por siempre. Viéndote dormida no puedo pensar más que en escribir obviedades y desvelos. Así me descargo en tiempos de crisis, de nostalgia.
Esta noche mucosa me evoca noches de conversación; eran las tres de la mañana cuando decidimos cortar, ¿quién se levantaría al otro día, para ese mugroso empleo? La sensación ésa: la necesidad de expresar algo sin conocer la forma correcta, es la misma que tengo hoy. No desesperen lectores, la técnica se va puliendo, los yerros de hoy se convertirán en las genialidades de un mañana que no termino de aceptar. Afuera la lluvia continúa y yo -apagando el velador- doy por finalizada esta sesión, que tengan un buen día y una feliz catarsis.
Somos lo que somos, pero también somos otros: los inventores de una realidad literaria que -con justeza y tremendo esfuerzo- está imponiéndose a esa otra realidad (general) que se proclama verdadera.

"(...) Es atractivo entonces el pscioanálisis porque todos aspiramos a una vida intensa; en medio de nuestras vidas secularizadas y triviales, nos seduce admitir que en un lugar secreto experimentamos o hemos experimentado grandes dramas, que hemos querido sacrificar a nuestros padres en el altar del deseo y que hemos seducido a nuestros hermanos y luchado con ellos a muerte una guerra íntima y que envidiamos la juventud y la belleza de nuestros hijos y que también nosotros (aunque nadie lo sepa) somos hijos de reyes abandonados al borde del camino de la vida. Somos lo que somos, pero también somos otros, más crueles y más atentos a los signos del destino. (...)"
Ricardo Piglia, formas breves

miércoles, septiembre 21, 2005

A una voz y dos mundos.

Humanidad, allá va otro producto de este sueño, de esta vida. Suerte al leerlo, ojalá que se entienda, ojalá que les guste. Estoy momificado con respecto al blog, a no desesperar, que lentamente llegarán sorpresas. Esa frase me trajo recuerdos de programas pedorros. Sin sorpresas, con ganas y con humilde genialidad.

El grito.
"Aire sutil rodea mi humanidad atravesando alturas de tormenta. Nubes grises y húmedas. Apenas respiro en la velocidad. Sobrevuelo un mundo ennegrecido y abandonado a la soledad. No puedo precisar si duermo, me creo extranjero en imaginación y sentimientos. Mi andar es el vuelo de un pájaro absorbido por un torbellino, acumulando en la memoria imágenes de un suelo que se aleja y un cielo que encadena a la ingravidez. Oigo un alarido de alegría, sensación empañada por la ajena certeza de que mi cuerpo y su felicidad no me pertenecen. La risa retumba a través de cielos y tierras donde mi lengua no es bienvenida: hablo de libertad.
Me despabilo durante la intangible caída. La verdad de las ocho de la mañana me asalta con la obligación de los horarios y la rutina de los transportes públicos. Se desvanecen mis plumas y comienzo el descenso y el llanto, humedeciendo una almohada que -a nivel del mar- se vuelve un nexo feliz con el mundo de las tinieblas. He tenido este sueño miles de veces y aún no comprendí la necesidad de rebelión que en él expresa mi alma. Envío un mensaje que, algún día, me cansaré de reiterar: debo desplegar las alas que me hacen volar a través de la fábrica imposible que funciona en mi cabeza, disfrutando de la libertad que me ofrecen los sueños y que, llegado el punto de llorar, se torna inconfesable."
Roberto Eco, Imaginarios.
(no lo choreen porque está registrado)

jueves, septiembre 15, 2005

El por qué.

Días atrás alguien muy cercano me hizo la pregunta. Por qué, si tuve algún futuro en lo que estudié, si trabajaba -cosa poco común- en el rubro que estudiaba, lo abandoné todo y me dejé llevar por un oficio rudimentario del que tengo que aprender una técnica que hecho en falta.
¿Por qué?
No puedo explicarlo de manera convincente. Las razones son individualmente comprensibles, propias, pero al esgrimirlas en conjunto pierden fuerza en oídos ajenos y despiertan fantasmas de locura. Esa sería mi respuesta: porque no estoy loco, porque tengo algo que me araña por dentro, que necesita salir goteando sobre papeles vírgenes. De continuar perteneciendo a un mundo que reconocía gris me hubiese marchitado por dentro, muriendo líricamente convertido en una coraza de cartón, caminando y hablando sin sentido ni profundidad.
No, mi destino exigía metafísica.
La escritura siempre me rodeó: en forma de anotaciones de agenda, de aventuras de rol, de invenciones anecdóticas. Se te nota cierto talento creativo -me dijo un amigo que hoy la pelea en España-. Fue el primero en creer en mí, en este sueño literario. Uno nunca sabe las vueltas de la vida -aconsejó-, yo que vos registraría todo. Tanta paranoia no fue de mi agrado pero encendió una mecha que terminó demoliendo la antiojera que la guita me puso ante el futuro.
Mi talento, si es que lo tengo, no pienso desperdiciarlo poniéndole muletas informáticas a una banda de retrasados mentales. Orangutanes del mercado que se rascan la panza colgando de una rama y hablan de porcentajes ridículos mientras la realidad, el mercado verdadero que existe fuera de sus manipulaciones privadas, se vuelve incomprensible para sus atrofiados cerebros.
Pasado el momento de catarsis, vuelvo en mí y me retracto -no de la definición de orangutanería-. No puedo reconocerme como escritor de talento, nunca podría hacerlo. La genialidad es una consecuencia social de la interpretación. Alguien leerá mi esfuerzo, alguien interpretará el código sobre el que plasmo mi delirio. Ése podrá juzgarme, y decir: este tipo es un idiota.
Escribo porque apuesto a que me entienda(n), porque siento que la carga interna de mi pluma es poderosa. Creo, con una fe casi religiosa, que los proyectos aún no terminados serán un trampolín. Pienso que falta el último paso, el autoconvencimiento. Después sí, podrán llamarme idiota, soñador, pelotudo. La condición sine cuanon será que me hayan leído.
Días atrás no pude dar esta respuesta. Un remolino de pensamiento me impidió clarificarla. La única reacción posible fue dar esta dirección y promoter un escrito, una disculpa, casi una profecía. Entenderás por qué cuando pueda ordenar la respuesta, le dije. Ojalá que ahora entienda.

"Se examina la afirmación de que el secreto de mucho gran arte está en los impedimentos que, bajo la forma de reglas, impone el gusto contemporáneo. Las reglas de arte, al proponer un ideal definido que alcanzar, le proponen al artista un fin que impide el trabajo en el vacío de su ingenio."
Cesare Pavese, el oficio de vivir.

lunes, septiembre 12, 2005

Post onomástico.

Empiezan días más largos, más vívidos. Como siempre, el hombre se replantea la existencia al llegar la fecha en que se rememora su nacimiento. El balance no es -aún-, perturbador: no hice lo que quise pero soy lo que deseo.
¡Parece un tonto trabalenguas!
Tal vez lo sea, tal vez soy un idiot savant. No hay en mi mente, ahora, cosa más ambigua que un genio idiota. Me considero un personaje contradictorio: simple en la superficie; oculto un rostro que guardo para mis deseos, un secreto que no libero por miedo al oprobio. La inseguridad me obliga a expresarme usando como medio la máscara masiva de la red. La inmensidad de una nada que me confunde con millones de voces, con infinidad de mensajes.
Los sueños persisten, en la pluma, en la locura, en las ganas de escribir. De ellos alimento mis escritos, mis delirios. Sigo ocultándome detrás de postulados incomprensibles, de telones mentales que me defienden de la otredad. No importa la incomprensión, la extrañeza, aún estoy tras la estela de la forma y del contenido. Cuando la búsqueda llegue a su fin será momento, entonces mostraré al mundo -me mostraré-. Sin caretas ni mensajes cifrados sólo resta mi verdad.

"... saboreaba las bellezas de la noche, cuando parece que todo descansa, las estrellas se mueven más silenciosamente que el sol; y nos sentimos movidos a creer que somos la única persona en toda la naturaleza absorta en soñar."
Umberto Eco, La isla del día de antes.

jueves, septiembre 08, 2005

Un cinco de septiembre.

En el año 1977, quien suscribe fue alumbrado en la ciudad de Buenos Aires. Desde entonces pasaron veintiocho años y nada cambió. Es cierto, hoy la vida se muestra distinta, con sentimientos muy fuertes, indescriptibles. Las sensaciones me las guardo, son el tesoro acopiado desde mi juventud.
Cumplí años en solitario, en mi casa, leyendo y dejando que el sol se apagara en el horizonte. Fue algo extraño, una comunión egoísta como hace mucho no tenía. Después vino la familia y el viernes llegarán los amigos. Mañana se verán fiestas y hechos bochornosos. Resumiendo, la joda. Mientras tanto me quedo con esa imagen, el sol bajando, yo inmóvil en el balcón. El silencio dando paso a voces antiguas que casi no escuchaba.

"Cuando se es dueño de sí mismo, se es dueño del mundo."
Nietzche.

Chismes de oficina II

El mensaje de hoy es más que nada una cita. En algún momento escribí que reproduciría momentos literarios relacionados con el trabajo en las empresas. Es mi blog, y si deseo amargarme y amargarlos, puedo hacerlo.
Les recomiendo el cuento de Abelardo, es muy bueno. A la vez hace ver algunas cosas no tan graciosas, en fin.
¡Ese bendito trabajo que nos alegra el vivir! Y se va la segunda…

*El señor Núñez es empleado administrativo de una fábrica de pirotecnia. Un día enloquece, por el abuso de la patronal, por la rutina de su vida, por la falta de esperanza. En su locura vislumbra la destrucción de los oficinistas como el futuro de la raza humana. Va a la oficina armado de una Ballester Molina y una bomba. Libera al cadete porque considera que su juventud lo puede salvar del cruel destino oficinístico. Antes de matar a sus compañeros les da un discurso largo y latoso, repleto de ingenio. Rescatamos los pasajes siguientes:
"- Como decíamos hace un rato, parodiando al célebre fraile -continúo con calma -: somos una porquería. Cualquiera de nosotros tiene, como mínimo, quince años de trabajo. Esto, que ya nos acredita como imbéciles, sería suficiente para eximirnos de todo escrúpulo en lo que atañe a una eliminación masiva. Pero hay más, el trabajo, en sí, es una extravagancia; en las condiciones actuales de nuestra sociedad asume caracteres de manía paroxística, tan graves, que hay una ciencia destinada a estudiarlo. Ella nos informa que, en el presente, el hombre le dedica el sesenta y cinco por ciento de su vida, y memorizo textualmente: "más de la mitad de nuestro existir consciente y libremente positivo". (…) Y bien, Yo puedo demostrar que ese porcentaje impresionante, no es exacto. No hay tal mitad de existir libre. Sin llegar a conclusiones terroristas y afirmar, por ejemplo, que no hay en absoluto libre existir puesto que la libertad es un mito canallesco, hagamos este cálculo.
Una fría mirada de Núñez paralizó, casi sobre las teclas de las máquinas de sumar, los dedos de por lo menos cuatro empleados.
- Lo del cálculo es con la cabeza -anotó-. Cada día, semana tras semana, todos los meses de estos últimos quince años, nosotros, los oficinistas de este peligroso depósito pirotécnico -Núñez acarició significativamente la valija-, nos hemos levantado, los menos madrugadores, a las siete de la mañana, para ocupar nuestro escritorio a las ocho en punto. Hemos ido a almorzar, hemos vuelto, hemos salido a las seis de la tarde. ¿A qué hora regresábamos a nuestra casa?: otra vez a las siete, es decir, medio día después. Agreguemos a esto las ocho horas de sueño que recomiendan los higienistas más sensatos: veinte horas. Las que faltan han sido repartidas, y sigo memorizando el opus de antes, en satisfacer nuestras urgencias instintivas, leer el diario, indignarse por el precio de la fruta, escuchar el informativo, destapar la pileta. Los más normales. Porque los otros, los que disparando enloquecidos de una oficina pudieron pagar la cuota inicial del aparato televisor (…), los otros, digo: ni eso. Qué tal.
Alguien hipó un sollozo.
- ¿Es necesario decir qué es lo que se hace los sábados y domingos?: dormir, ir al bailongo del club, al cine, al partido, a votar. Algunos, todavía, a misa. Los solteros, salir con la novia o el novio a darse codazos por corrientes; los casados, pintar la cocina…
-¡Basta! Clamó la señora Antonia-. Máteme.
- Aún no. La unanimidad, mujer, y sólo ella, manifiesta entre los hombres la voluntad del gran Tao… ¡Y las vacaciones! ¿Recuerdan ustedes cómo, en qué estado de ruina, volvieron de las últimas vacaciones? ¿Esto es la vida?: ahorrar energías y pesos durante un año para extravertirlos frenéticamente en diez días. Eso es la vida. Vivir a la sombra un año y agarrarse una insolación, complicada por quemaduras de tercer grado, en una semana y media de veraneo.
- Máteme- Suplicó la mujer.
-No sea cargosa, señora -y Núñez la amenazó con la culata-. ¿Comprenden ustedes? Yo lo he comprendido. Yo sé lo que es viajar, cuatro veces por día, aplastado, semicontuso, horrorosamente estrujado durante dieciocho idénticos años, en un ómnibus repleto. Indiscernible bajo una mezcolanza de trajes, tapados, sobretodos, piernas, diarios. Ah, yo sé lo que es la humanidad, delante, detrás, encima del zapato, contra los riñones; conozco la infame satisfacción de sentir la cadera de una impúber refregada contra el sexo, o un seno tibio, abollándoseme en el codo… Ésa es la vida, la que les espera hasta que se jubilen. Y cuando se jubilen, ¡Dios mío! De qué modo habrán perdido la chance de vivir cuando se jubilen. ¿No entienden? Ustedes ya no pueden cambiar: ya no son jóvenes, ustedes están irrevocablemente condenados a viajar así, a veranear así; a trabajar frente a un escritorio así… ¡Entiendan!, si no los mato los espera el banco de la plaza. ¿Se dan cuenta? ¿Se dan cuenta, animales, lo que significa estar jubilado? La jubilación es un eufemismo; debería decirse: el coma."
Abelardo Castillo, Also sprach señor Núñez.

sábado, septiembre 03, 2005

Violentas.

Leo en los diarios las explosiones (sociales) ocurridas luego de un huracán. ¿Es posible semejante alienación? En medio del desastre la gente sufre, abandonada, frente a la impiedad de los acontecimientos. Escucho declaraciones de armas y muerte, una crueldad que no se condice con la ayuda humanitaria que los desamparados necesitan. Al mismo tiempo, bandas de renegados se dan una panzada anárquica desafiando el endeble control de las autoridades.
¡Armas y muerte!
Una consecuencia de la ferocidad que convirtió a nuestra especie en una plaga exitosa. Ahora una ciudad fantasmal se pudre bajo el agua. En el centro sobrevive un núcleo de sociedad agonizante, recluida dentro de un estadio deportivo. Alrededor los cadáveres se pudren al sol y los habitantes, envilecidos por el desamparo, saquean negocios desiertos. Se lee incongruente, se oye incongruente pero es real.
¿Qué puede cocerse en una sociedad que ante una catástrofe se evapora la disciplina, la sociabilidad? ¿Cuál es el límite del hombre civilizado para caer en el anarquismo barato del deseo, posibilidad y arrebato?
Es una incógnita irresoluble. Intuyo, sin embargo, que el problema es la carga de violencia con que vive un país. Cuando se tambalean las instituciones, cuando el castigo se vuelve borroso, estalla el descontento y la maldad.
¡Armas y muerte!
Entonces una mujer, gobernadora, habla sobre lo que espera que hagan las tropas enviadas por el gobierno:
- Tienen entrenamiento, saben disparar. Tienen órdenes de tirar a matar y espero que lo hagan.
¿Y eso qué es: venganza, irracionalidad, justicia? El estado reprime las anomalías, destruyéndolas, borrándolas. Se aterra con el mal ejemplo, con las manifestaciones de su debilidad. Matar a los saqueadores es la solución incorrecta pero la mayoría lo exige y sabemos que la masa no puede equivocarse. La opinión pública, con la enorme presión que ejerce sobre los gobiernos, sube o baja el pulgar de unos cuantos desgraciados, bajo el agua. Delincuentes que deben ir a prisión, que ahora se ve como un destino irrisorio comparado con el fuego de los soldados enviados a cazarlos. Un gobierno jaqueado por los errores puede, de ser necesario, elegir unos cuantos chivos expiatorios para una hecatombe singular.
¡Armas y muerte, por favor!
Y después oímos la excusa, para cerrar, de que los desastres no pueden preverse. La humanidad, disparada en el camino del odio y el desinterés está condenada a perecer. Repetimos, a nivel global, el fracaso de todos los imperios: corroídos internamente, no buscamos la salida real, preferimos engañarnos con la inmediatez de lo cotidiano. Ya llegará el redentor, el mesías, el profeta.
Ya llegará.

“Moribundos: todos aquellos que tienen por destino el morir. La palabra griega tiene ese significado, aunque no todos los hombres tomen su destino tan a conciencia.”
Sören Kierkegaard, de la Tragedia.

jueves, septiembre 01, 2005

Graffitis de una estación.

La polvareda del tren va quedando atrás, se divide en el aire del andén. Una pila de sueños y fracasos se aleja rodando por las vías. Sin destino. Sin un final conocido. Hablo con amigos a través de una red infinita, anónima, Miles de ojos, millones tal vez, pueden observar nuestro diálogo sin que lo sepamos.
Es raro. Estimo que la gente se anima escudada en su figura grisácea, irreconocible. ¿Qué es un nick dentro de una cultura compuesta por nickes? Un eslabón, una parte más de una cadena. La impersonalidad ayuda al pensamiento, creo que fue un comentario apresurado, más bien debo decir: la participación en cualquier proyecto se debe al anonimato, las personas temen la represalia, el castigo. Por diferentes métodos represivos nos atrofiaron la mente, enseñándonos a expresar lo socialmente correcto. Es un poco de todo: miedo al ridículo, al dedo índice de los demás (señalándonos como locos).
Lentamente el blog cobra vida, como un frankestein electrónico que toma conciencia de sus extremidades. No soy un científico loco, al menos no soy científico. Pienso en la pantalla mirando este pedazo de papel. Escritura en movimiento versus universalidad de mi mensaje.
El vagón arranca como empujado por el viento. Me pierdo pensando mensajes cotidianos, oníricos. Respondo y me responden desde una red etérea, es como hablar con el más allá. Figuras fantasmales a las que no puedo asociarles fisonomía alguna. Mis amigos no, con mis amigos la comunicación es diferente. Compartimos una idea, un fin. El punto de vista grupal prevalece ante las individuales, se enriquece de ellas. Veo mi rebelión como una sana contracorriente frente a la estupidez televisiva que masifica la ignorancia y el desinterés.
Mis oídos captan una conversación frívola, como si los adolescentes que hablan quisieran colaborar con este concepto, definen la belleza femenina como un icono de la oquedad argentina: rubia idiota de tetas operadas. Detengo la pluma sobre la hoja, está cerca, tan cerca que podría escribir sin presionarla. Me detengo y pienso, con teatralidad, que la salvación de nuestro mundo espiritual (el concepto de alma como sinónimo de personalidad, de ente individual) provendrá del interior de cada uno. Siguen hablando de vedettes y oquedades diversas: gel, ropa, calzados y estupideces. Demasiado interés en la materia y poco materia en el interés.
Hago oídos sordos al vagón, a los comentarios. En fin, a la humanidad contemporánea. El tren se detiene. No veo el nombre de la estación. ¿Lo habrán robado? Un graffiti del andén sintetiza lo que pienso: enterrar la memoria es desentenderse del futuro. Ni olvido ni perdón.
Aunque no pensaba en los setentas, la sensación es parecida. Sin horrores de por medio. Miro en derredor, con indiferencia. El tren arranca entre el bullicio de los pasajeros y las preguntas siguen allí, sin respuesta.
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