Pegoteaba la cama cuando me despertó el calor. Me levanté y fui al comedor y abrí la ventana. Un suspiro fresco me acarició la jeta.
Seguía acalorado, por supuesto, pero al menos ese primer gesto del día me dio esperanzas. Solo por eso no me tiré por el balcón.
No te digo, a veces claudico por cada pelotudez.