Mito circular
(Ecuador, 2002)
Me estiro después de la última brazada. El mar está tranquilo mientras el Sol arde en lo alto, inundándome de sed.
Siento que se me consume el alma en esta espera.
Otros se mueven a mi alrededor, deseando también la ola que está por llegar. Son mis hermanos pero los veo como una amenaza: Montones de brazos dispuestos a remar sobre los míos.
La vida es soledad si se la mira desde el corazón de una ola. Soledad pura que va convirtiéndose en tobogán mientras nos acercamos a la arena, que es su muerte. Apenas palpada a través del neoprene, esa vida, esa agonía, nos estremece con cada gota.
Miro el horizonte mientras el agua se arremolina entre los pilares del muelle. Arriba de los tablones, un hombre conversa con su mujer y yo, anónimamente, escucho todo lo que se dicen.
Las aguas brillan y susurran, ahogando las voces que llegan desde la playa. El fuego que consume mi espalda se enciende con cada ola que se curva para romper. Pero entonces se achanchan, como promesas truncas de una diversión que nunca llega.
Es el Sol, mezclado con el mar y mi búsqueda. Me arde desde abajo. Puedo sentirlo como una enredadera de fuego que trepa y me acalambra el estómago, dejándome sin aire. Es el vértigo, ese frenesí que me invade cuando enfrento el abismo que me separa de ese estado de gracia que alcanzo con mi tabla.
Equilibrio en cuerpo y alma. Eso es lo que busco.
Me estiro sobre la tabla y sonrío; las olas vienen cortando el horizonte. Y aunque no soy el de antes, las sé fieles: Vienen por mí. Los pibes que me rodean pueden ser más rápidos pero yo todavía tengo la fuerza necesaria.
Esos picos, que están allá, con la distancia, sacuden la mitad dormida de mi alma obligándome a bracear hasta la cima en un lento andar hacia el abismo, donde, durante un instante, ése en el que me descubro sobrevolando el mundo, me rodean la duda y la oscuridad. Después llegará otra vez la luz y la caída, el miedo y el amor, percibiendo tanta vida en tantos lados con la certeza de que no me derramo inútilmente.
Llega una ola tranquila que nadie me discute; me la dejan porque hace mucho que la estoy esperando y, al menos en esta playa, se respetan mis canas. Me paro y la bajo. Es un movimiento simple y silencioso. El envión me manda hasta la base y por un instante alcanzo a ver el labio cristalino doblándose sobre mi cabeza.
Pero me caigo y el agua me envuelve.
Cansado de los revolcones, salgo de la espuma y me recuesto sobre la tabla. Con una sonrisa remo hacia el punto blancuzco donde las olas comienzan a morir. Me siento en la tabla y pienso en Sísifo y su piedra: Yo también he vuelto a mi comienzo.
4 comentarios:
La vida es esto. Prestémosle atención a los
detalles. Al calorcito humeante del pis, a sacar la basura, a viajar apretados
en colectivo. Si no disfrutamos eso, ¿qué nos queda?
Una gran verdad que había olvidado hace tiempo: La vida está en los detalles.
Gracias por recordármelo, P.
Cordialmente,
Yo.
Leerte fue como mirar las olas de Punta del Diablo en la playa de la Viuda. Me había olvidado.
Gracias, niña tamborera.
Cordialmente,
Yo.
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