Instinto de conservación tengo entendido que llaman a eso que yo sentí en ese momento en estado puro. Algo me explotó en la sangre, algo que subió por el cuerpo desde los talones, algo como la rabia o el amor, algo que pareció empezar en el vientre pero que también repercutió en los tobillos y en las caderas, un vómito, un suspiro, un grito, algo que participaba de los tres, algo que hizo tambalear el mundo mientras yo me mantenía quieta, lo único firme en un universo que crujía y se descascaraba. Todo vacilaba dentro de esa pieza mezquina en la que yo me había estado muriendo. Me había estado muriendo porque quería pero hoy era otro día y no era igual al anterior y yo ya no quería morirme y por lo tanto no me moría. Mierda si me moría. Hijos de remilputas ya iban a ver si me moría. Ni una lágrima, ¿oís?, ni una. Se terminó la compasión, chau.
Angélica Gorodischer.
¿Entendés? Es eso mismo, una patada en las bolas que no termina de aplastártelas nunca. Y que la recibis sin llorar porque, aplastadas y todo, bien puestas las tuviste siempre.
Carajo, mierda.
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