jueves, julio 30, 2009

Cuenticos a pedido

(Mujer pez)
El bote rolaba sobre las olas de la última lancha, anclado en un pequeño canal del Vinculación. Eran finales del otoño y la soledad, el frío y los mosquitos reinaban en El Tigre.
Los hombres pescaban en silencio, esperando enganchar algo para la cena. Osvaldo usaba línea de fondo porque decía que le gustaba sentir en las manos el tironeo de los bagres. Marcos apretaba una caña con línea de flote buscando pejerreyes.
Marcos rompió el silencio.
—¿Viste lo de Adrián?
—Ése empina mucho, a veces se pierde.
—No sé, igual no creo que existan por acá.
—¿Qué cosa?
—Las minas pescado.
—¿Y entonces para qué jodés?
Marcos quiso responder pero su caña se curvó y la boya picó a fondo. Aflojó el carretel pensando que había enganchado un dorado. El siguiente tirón lo arrancó del bote.
Osvaldo reaccionó enseguida y agarró el cinturón de su amigo, que terminó con medio cuerpo bajo el agua. El dorado debía ser muy grande, tal vez un surubí, porque sentía la fuerza que hacía. El tironeo cesó de repente y Osvaldo vio la caña hundiéndose rápidamente. A mitad del Vinculación emergió una mujer, le sonrió y volvió a sumergirse mostrando una gran cola de pez.
Marcos resurgió del agua, excitado por la anécdota que le contaría a los muchachos.
Osvaldo puso en marcha el motor mientras miraba nerviosamente el río; recordaba los rasgos afilados, el pelo cobrizo, la boca carnosa. Cuando entró el cambio sus manos dejaron de temblar y el bote se alejó del Vinculación dando estornudos.
Marcos dijo:
—¿Lo viste? Era enorme, me arrancó la caña de las manos.
—Sí, era grande, che. Hermoso bicho.
Y una sonrisa cómplice le ganó al miedo.

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