jueves, septiembre 08, 2005

Chismes de oficina II

El mensaje de hoy es más que nada una cita. En algún momento escribí que reproduciría momentos literarios relacionados con el trabajo en las empresas. Es mi blog, y si deseo amargarme y amargarlos, puedo hacerlo.
Les recomiendo el cuento de Abelardo, es muy bueno. A la vez hace ver algunas cosas no tan graciosas, en fin.
¡Ese bendito trabajo que nos alegra el vivir! Y se va la segunda…

*El señor Núñez es empleado administrativo de una fábrica de pirotecnia. Un día enloquece, por el abuso de la patronal, por la rutina de su vida, por la falta de esperanza. En su locura vislumbra la destrucción de los oficinistas como el futuro de la raza humana. Va a la oficina armado de una Ballester Molina y una bomba. Libera al cadete porque considera que su juventud lo puede salvar del cruel destino oficinístico. Antes de matar a sus compañeros les da un discurso largo y latoso, repleto de ingenio. Rescatamos los pasajes siguientes:
"- Como decíamos hace un rato, parodiando al célebre fraile -continúo con calma -: somos una porquería. Cualquiera de nosotros tiene, como mínimo, quince años de trabajo. Esto, que ya nos acredita como imbéciles, sería suficiente para eximirnos de todo escrúpulo en lo que atañe a una eliminación masiva. Pero hay más, el trabajo, en sí, es una extravagancia; en las condiciones actuales de nuestra sociedad asume caracteres de manía paroxística, tan graves, que hay una ciencia destinada a estudiarlo. Ella nos informa que, en el presente, el hombre le dedica el sesenta y cinco por ciento de su vida, y memorizo textualmente: "más de la mitad de nuestro existir consciente y libremente positivo". (…) Y bien, Yo puedo demostrar que ese porcentaje impresionante, no es exacto. No hay tal mitad de existir libre. Sin llegar a conclusiones terroristas y afirmar, por ejemplo, que no hay en absoluto libre existir puesto que la libertad es un mito canallesco, hagamos este cálculo.
Una fría mirada de Núñez paralizó, casi sobre las teclas de las máquinas de sumar, los dedos de por lo menos cuatro empleados.
- Lo del cálculo es con la cabeza -anotó-. Cada día, semana tras semana, todos los meses de estos últimos quince años, nosotros, los oficinistas de este peligroso depósito pirotécnico -Núñez acarició significativamente la valija-, nos hemos levantado, los menos madrugadores, a las siete de la mañana, para ocupar nuestro escritorio a las ocho en punto. Hemos ido a almorzar, hemos vuelto, hemos salido a las seis de la tarde. ¿A qué hora regresábamos a nuestra casa?: otra vez a las siete, es decir, medio día después. Agreguemos a esto las ocho horas de sueño que recomiendan los higienistas más sensatos: veinte horas. Las que faltan han sido repartidas, y sigo memorizando el opus de antes, en satisfacer nuestras urgencias instintivas, leer el diario, indignarse por el precio de la fruta, escuchar el informativo, destapar la pileta. Los más normales. Porque los otros, los que disparando enloquecidos de una oficina pudieron pagar la cuota inicial del aparato televisor (…), los otros, digo: ni eso. Qué tal.
Alguien hipó un sollozo.
- ¿Es necesario decir qué es lo que se hace los sábados y domingos?: dormir, ir al bailongo del club, al cine, al partido, a votar. Algunos, todavía, a misa. Los solteros, salir con la novia o el novio a darse codazos por corrientes; los casados, pintar la cocina…
-¡Basta! Clamó la señora Antonia-. Máteme.
- Aún no. La unanimidad, mujer, y sólo ella, manifiesta entre los hombres la voluntad del gran Tao… ¡Y las vacaciones! ¿Recuerdan ustedes cómo, en qué estado de ruina, volvieron de las últimas vacaciones? ¿Esto es la vida?: ahorrar energías y pesos durante un año para extravertirlos frenéticamente en diez días. Eso es la vida. Vivir a la sombra un año y agarrarse una insolación, complicada por quemaduras de tercer grado, en una semana y media de veraneo.
- Máteme- Suplicó la mujer.
-No sea cargosa, señora -y Núñez la amenazó con la culata-. ¿Comprenden ustedes? Yo lo he comprendido. Yo sé lo que es viajar, cuatro veces por día, aplastado, semicontuso, horrorosamente estrujado durante dieciocho idénticos años, en un ómnibus repleto. Indiscernible bajo una mezcolanza de trajes, tapados, sobretodos, piernas, diarios. Ah, yo sé lo que es la humanidad, delante, detrás, encima del zapato, contra los riñones; conozco la infame satisfacción de sentir la cadera de una impúber refregada contra el sexo, o un seno tibio, abollándoseme en el codo… Ésa es la vida, la que les espera hasta que se jubilen. Y cuando se jubilen, ¡Dios mío! De qué modo habrán perdido la chance de vivir cuando se jubilen. ¿No entienden? Ustedes ya no pueden cambiar: ya no son jóvenes, ustedes están irrevocablemente condenados a viajar así, a veranear así; a trabajar frente a un escritorio así… ¡Entiendan!, si no los mato los espera el banco de la plaza. ¿Se dan cuenta? ¿Se dan cuenta, animales, lo que significa estar jubilado? La jubilación es un eufemismo; debería decirse: el coma."
Abelardo Castillo, Also sprach señor Núñez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"¡Y las vacaciones! ¿Recuerdan ustedes cómo, en qué estado de ruina, volvieron de las últimas vacaciones? ¿Esto es la vida?: ahorrar energías y pesos durante un año para extravertirlos frenéticamente en diez días. Eso es la vida. Vivir a la sombra un año y agarrarse una insolación, complicada por quemaduras de tercer grado, en una semana y media de veraneo."

Eres un hijo de mil, crudo, duro y suicida. Me gusta. muejeje

Unknown dijo...

¡Bienvenido!

Abelardo Castillo es cruel (de hecho tiene un libro que se llama cuentos crueles). Yo sólo soy -cómo decirlo-, un instrumento de la difusión literaria.
Cordialmente,
Yo.

P.D: guiños aparte.

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