Me perdí después del primer roce. Apenas una puta caricia; un suspiro leve que me erizó la piel.
No fue el frío del mar, de la mañana o de mi neoprene agrietado por el desuso. No. Fuiste vos y fui yo. Fuimos todos de nuevo hasta ahí, como siempre, remando como motorcitos sin puta idea pero con tanto güevo.
Porque estábamos juntos otra vez, en mi bochita. Nosotros todos, los que todavía estamos y también los otros; cada una de las viejas caras me sonreía mientras unas montañitas verdes me partían la espalda.
Serie tras serie. Bomba tras bomba.
Me colgué, sí, porque tenía que lustrar mucha memoria y olvidar mucho presente. Y como que me salió un poco bastante, digo, que los muebles del bocho me quedaron bastante limpios aunque no queden muchos, ¿viteh? Hasta te diría que reseteamos la onda, mané.
Ahora leemos al fokin Houellebecq porque sabemos que podemos putearlo y odiarlo aunque en el fondo le admiremos. Porque hay cosas que deben ahogarse en el mar, perderse en el vacío azul, pa' olvidarlas, pa' no tenerlas tan presentes, pa'arrancar como un tren en una nueva estela.
Y te advierto, mané, que no agarré bien ni una. Pero qué carajos me importa, broder, si todavía tengo unos lindos remitos en las manos que nunca me deja(ro)n tirado, qué carajos, si me sobra tanto aguante.
Las olas, como siempre hicieron, vendrán cuando se les cante venir.
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