Lo digo, medio poéticamente, porque este asunto me emociona, ¿entiende? Porque a partir de ahora le voy a contar una historia que a usted le importa un carajo –así, crudamente-, pero a mí no. Y si pone la oreja, escuche, que para eso está. Porque esta es la historia de mi vida. Letal, precisa, inocentada.
Mempo Giardinelli, la revolución en bicicleta
Fueron apenas tres calles en una hora de caminata: Jonte, Nazca y Antonio Lopez.
Últimamente me pasan cosas raras dentro. Cosas que disparan sensaciones y necesidades que desconozco o que, más bien, hace rato que no saboreaba. Y por eso, porque se me dio por caminar aunque Diega me había dado monedas y los bondis pasaban uno atrás del otro, arranqué y le di hasta casa. A medida que rodaban las cuadras la ciudad fue enmudeciendo: las charlas de sobremesa, las parejitas hablando en la parada de bondi, la gente comprando en los kioscos, los televisores gritando goles. Todo se fue perdiendo en la distancia y yo me escondí lentamente en ese silencio.
Me sentía único viendo un vacío inmenso en esa hora en que cada caminante que se nos aparece es un sobresalto, un repiqueteo en el pecho. La misma hora en que a los autos se los escucha venir a cuadras de distancia. Y, quizá por esa soledad, me copé mirando cómo la luz amarillenta se escurría entre las hojas de los árboles para morir en el reflejo de los charcos.
Se veía tan irreal.
Hace rato que me pasa, digo, esto de estar cansado y seguir caminando, en las últimas mejor dicho, y sin frenar porque la llegada se intuye a pasitos de bebé. Quizá esté más cerca que mi casa ahora, pienso, mientras escribo estas líneas en una servilleta de panchería con una birome prestada, sentado en un cordón cualquiera de Buenos Aires. Alguna vez ya hice esto, también de noche, en una calle de Montañita o de Guayaquil, pero entonces no escribía por desamores ni nostalgias ni extrañeces, era miedo nomás. La cosa es que si pierdo esta sensación de desapego, de liviandad, de certeza, si no logro plasmarla en algo que me la recuerde en los próximos días, puedo volver a caer en la insipidez de mis últimos meses. Y eso sí que no lo quiero, posta, gracias de todo corazón, pero ya colaboré.
Ahora estoy más cerca de casa y me vuelvo a sentar, necesito dejar algo claro: no es depresión, ni miedo, ni dolor. Es mucho más que eso, mucho más completo: estoy abriendo puertas como un desquiciado porque hasta hace muy poco en mi vida sólo había ventanas y no hacía más que mirar, mirar y mirar como todo se iba yendo.
Como quien dice; estoy en el borde de mi hora más oscura, pero empieza a clarear.
[ACOTO: hoy quisiera reputearte porque ayer yo esperaba otra cosa, pero se está tan tranquilo así, tan silencioso, que no da para arrancar a hablar. Además tenés razón: no más boliches, ni ruidos. No más salidas resacosas, ni dolores de bocha, ni muertes súbitas. Mejor es escribir y caminar, como hoy, mejor salir con tu camarita pelotuda y tu hambre de olvido. Mejor eso y las fotitos que a nadie le mostrás]
Ahora parece curioso: al principio pensé que estos tiempos serían la resaca de mi vida. Después todo fue mutando a una vida resacosa hasta que, hace apenas unos días, empecé a creer en mí. Y por esa confianza dejo atrás este último cordón, a cuatro cuadras de mi casa. Resulta que en estas noches de luces amarillas y limoneros mentales, tener confianza se siente demasiado bien.
Switch off, mané.
2 comentarios:
me gustan esas caminatas
Vea, a mí también.
Beso,
Yo.
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