(Historia tristemente verídica)
Andaba recitando amores como listas de supermercado. Apuntándole su voluptuosidad a cuanta mina le andaba cerca. Nunca dio en el blanco. Un día se despachó homosexual para probar mejor suerte. No hubo caso, entre la gordura y la brutalidad de sus modos anduvo más solitario que Sansón en el día del arquitecto.
-¿Qué hacer?- Se preguntó frente al espejo.
-Hay otro camino, un tercero.- Le dijo su reflejo.
Y ahí lo tenés, ahora recita sermones en una iglesia cruza entre polirrubro y feria jipi: aceites, tobilleras, lamparitas, agua, pulseritas, banderas y hasta un sendero de la luz. Todo tiene su precio etiquetado. De culear ni medio pero se lo ve (aparentemente) feliz en las medianoches discursivas donde pretende articular un complicado portuñol.
(Cedido cordialmente por el terrorista literario)
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