Recuerdo mi primera ola; la estrepitosa caída, la frustración, el miedo. La recuerdo como una introducción a mi descubrimiento surfístico: me reconocí parte del pueblo del mar, esos desquiciados vagabundos que recorren el mundo en busca de emociones que reclaman vidas.
Mis experiencias junto al mar ocupan años y años, e inspiraron páginas de una novela trunca que -como viene la cosa- verá la luz en breve. No tiene sentido extenderse explicando cómo se ve al mundo desde la retaguardia de la rompiente: a través de un vidrio empañado por espuma, convencido de la importancia de mis huevos, enamorado de las tempestades y temeroso de su violencia.
Hace mucho corrimos en una tormenta, tenía tanta fuerza que derrumbó el muelle de Santa Teresita. Aquel día descubrimos algo nuevo: las olas llegaban rugiendo, con nubes de espuma en las que se escondían paredes cristalinas. Recuerdo que una me levantó dejándome ver un horizonte repleto de crestas, oí que alguien decía:
- Allá vienen los hijos del viento.
Y no parecía mentira.
Ella me acompañó ese día, a pesar de las caídas y los golpes se las arregló para llevarme hasta la playa. Hoy descansa en un rincón de mi casa, mostrando orgullosamente sus heridas, como si le dijese a quien la ve que sacrificó el cuerpo por su jinete. Justo en el medio se asoma su alma, tímidamente, rodeada de hebras de carbono.
Línea de madera balsa,
Delicada alma vegetal
Llena tu cuerpo de templanza.
Mis experiencias junto al mar ocupan años y años, e inspiraron páginas de una novela trunca que -como viene la cosa- verá la luz en breve. No tiene sentido extenderse explicando cómo se ve al mundo desde la retaguardia de la rompiente: a través de un vidrio empañado por espuma, convencido de la importancia de mis huevos, enamorado de las tempestades y temeroso de su violencia.
Hace mucho corrimos en una tormenta, tenía tanta fuerza que derrumbó el muelle de Santa Teresita. Aquel día descubrimos algo nuevo: las olas llegaban rugiendo, con nubes de espuma en las que se escondían paredes cristalinas. Recuerdo que una me levantó dejándome ver un horizonte repleto de crestas, oí que alguien decía:
- Allá vienen los hijos del viento.
Y no parecía mentira.
Ella me acompañó ese día, a pesar de las caídas y los golpes se las arregló para llevarme hasta la playa. Hoy descansa en un rincón de mi casa, mostrando orgullosamente sus heridas, como si le dijese a quien la ve que sacrificó el cuerpo por su jinete. Justo en el medio se asoma su alma, tímidamente, rodeada de hebras de carbono.
Línea de madera balsa,
Delicada alma vegetal
Llena tu cuerpo de templanza.
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