El vagón se bambolea torpemente. A través de la oscuridad se filtran miradas aburridas, chatas. Desde el bamboleo recuerdo hechos del pasado: conservo la memoria del exilio, cuando me consideraron diferente, extraño, enigmático. Ahora me creen dentro, como si me inserción en la pluralidad fuese espontáneamente. ¡Error! Estoy gestionando la salida, lentamente. Los tiempos se extienden cuando el poder proviene sólo del pensamiento. La lucha -en sí- es la misma. La sociedad me rechaza solidariamente: yo la negué primero y mi exilio se desprende como una venganza social.
Sin encenderme el balero pensando, estimo las posibilidades cotidianas; el asiento de al lado está vacío, ¿por qué nadie se sienta en él si está lleno el vagón? Me veo como un paria, puede ser mi olor, la frecuencia de mis ideas, la convicción que despido. La respuesta es imprecisa pero clara: me evitan y yo, rebelde con causa y sin bandera, los imito.
Miradas aburridas, tensas, proletarias. Somos ganado, sí, ganadao, analogía usada hasta el hartazgo. Es que no encuentro otra que la iguale: somos ganado, ignorante, manso, desechable. Los observo detrás de la cobertura de mis lentes, oscuros. Los observo y me avergüenzo. No puedo salirme del conjunto, me sé parte de la escena. Ellos, yo, nosotros, somos ganado y nos entregamos a los carniceros mansamente.
El vagón se bambolea y pierdo la línea de lectura. Y leo Más que humano, de prestado. Ahora, en el tren, con el bamboleo y la abundancia de gente, resulta un libro raro, metafísico a su manera. Algunos dirían que es en exceso científico-ficcioso o volado y aburrido. Para mí es diferente: su título, su poesía, las ganas de trascender que puso el autor. Buscaba explicar el por qué del rechazo, de la soledad, de la distancia, sus rechazos, soledades y distancias. A través de su escritura descubro las mías, ¿por qué no?
¡Qué va, aunque quisiera... No puedo definirlo!
Llega la última estación, el retiro, y se adivina el final de las vías. El camino se acorta, con paciencia y seguridad. Los miro, a ellos, al ganado. Los miro y comprendo que aunque formamos parte de la misma tribu nunca los comprenderé.
¿Qué pretenden de su mansedumbre?: ¿un mejor trato?, ¿una muerte indolora?, ¿el olvido?
Cierro el libro y se evapora la trama pero me guardo una escena que comienza: los protagonistas danzando, escuchando el llanto del mundo; el viento que acaricia como una mano invisible, una mano que entiende y comparte el pensamiento; me guardo la certeza de que algo extraigo de la lectura: es el todo, el sentimiento, la verdad. Y Entonces uno cree...
Entre los aullidos de la locomotora y los secos golpes de las puertas al abrirse. Uno abraza la creencia de que, algún día, despertarán.
2 comentarios:
"En el proletariado está el futuro..." o algo así rezaba, una y otra vez, el protagonista de 1984.
Podemos creer que las masas tienen el poder suficiente para terminar con este mundo miserable que nos hacen vivir unos pocos. Nos hacen vivir, porque son ellos quienes imponen las reglas del juego y el resto las aceptan (o nos las pasamos por el trasero, pero nada hacemos para cambiarlas salvo en nuestro interior).
Creo que el problema está en que nadie quiere jugarse. Nadie quiere morir por sus ideales y ser borrado de la historia al ser derrotado por el Sistema. Al menos si uno da su sangre y muere quisiera que alguien lo recuerde? La letra con sangre entra, me sacrifico, pero alguien sabrá entenderlo y me seguirá y lo logrará y si no es el siguiente tal vez. O será que es preferible morir mil y un veces, pero que sólo nosotros sepamos las mil y la restante sea llorada por quienes a uno lo conocen o terminar siendo el juguete de futuros doctores...
Al menos leo y firmo, aportando mi grano de arena a la causa...
Es gracioso, ¿no? Somos apenas dos o tres los que leemos esto. Aún así lo considero un avance. Antes el mail iba ´para veinte o treinta, o más, ya ni lo recuerdo.
La cuestión es: ¿Lo deseban, buscaban participar?
Con el tiempo veremos.
El proletariado, sí, se supone el futuro. ¿De quién o de qué? Uno, que es un soñador empedernido, busca la muerte gloriosa, el final trágico digno del héroe griego.
¿Y con eso qué?
Internamente se cree que alguien, en algún momento, descubrirá la anécdota. Un tipo groso, dirán. Se la jugó y le salió mal.
Uno espera que entiendan el por qué del sacrificio y lo imiten.
¡Pura utopía!
La vida real es bien distinta, y ya nadie se sacrifica. Al menos yo no lo hago. La rebelión pasa por otro lado: letras, cuentos, historias, una revista. Una especie de ideal esquizofrénico que pocos entienden y muchos comparten.
Creo que se relaciona, también, con la imposición: imponer una visión del mundo, oponiéndola a la ignorancia. El mundo es feo, viejo, no nos ceguemos. A partir de tal perspectiva uno elige que hacer.
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