Me retuerzo en la cama, inquieto. Giro sobre mí mismo y abro los ojos exhausto, boqueando.
El calor me envuelve y retarda mi despertar.
Es el tufo, pienso. Y de mientras sueño que me ahogo buscando un frescor en el aire caliente.
Ante mis ojos se construye una mañana horrenda, cargada de brumas y hartazgo. La voy armando mientras dejo atrás las lagañas de una noche de fuego. Me lavo la cara una, dos, cinco veces pero sigo sintiendo las llamas en la piel.
-La puta madre, la puta que lo parió -susurro.
El agobio del verano se adueña de Buenos Aires, y yo me baño. Pero el agua parece patinar sobre mi cuerpo sin refrescarlo, como si tuviese una armadura de brea. Entonces pienso en la boca caliente de la gran puta, sea quien sea, y su aliento ardoroso que todo lo quema.
Me visto despacio, un intento idiota por evitar la transpiración. Pero ni me pongo las medias y ya se me pega la espalda a la camisa y me brilla la frente por el sudor. Cuando me pongo el pantalón siento que los huevos se me hornean, dentro de un caldo de mil veranos que me quema en la entrepierna como metal derretido.
Me voy acobardando a medida que me acerco a la puerta. Se que afuera me espera el pinchazo caliente de cada paso y el incendio de la sombra ausente.
-La puta madre, la puta que lo parió -susurro.
Giro la llave, abro la puerta y salgo hacia la pequeñez, rendido ante la corona roja de Lucifer.
2 comentarios:
... y si a ello le sumamos la barca de Caronte (léase el subterráneo), creo que uno se puede dar una idea bastante clara acerca del infierno. Atentamente, yo.
La imagen de Caronte, empujando el subte con su pértiga, me resulto graciosa en exceso.
Cordialmente,
Yo.
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