Volvimos.
No fue con gloria, como en los tiempos en que ninguna ola me negaba sus labios. Ni tampoco fue sólo con esjuerzo, como cuando estaba medio-falto-de-estado. Sino que vino con odio y frustración, pero con mucha risa: me reencontré con Nacho, que volvía de Costa Rica; con Pablito, que se va a Brasil hasta octubre; y ví una nueva generación de pendejitos corriendo las olas que corrimos nosotros.
Pasaron ocho años. Y yo era simplemente el que no venía hace rato, o el que había largado, o el que les había enseñado cuando recién empezaban. Pasaron ocho años con la misma buena onda y los mismos dichos: qué hacés mané; no sabés como explotaban esas bombas; ah, pero estás blanco leche; venite en marzo que va a estar gigante; cómo pesará esa panza; usala, man, que hay tiempo, todavía hay mucho tiempo.
Esa certeza me trajo paz: Saber que, a pesar de tantos años, ese spot, que siempre fue secretamente nuestro, todavía está lleno de vida, de furia, y de algunas buenas olas. Porque nuestra historia, unida a la historia de esa playa, no se terminó con nosotros, continúa en unos pocos otros, en cada verano y en cada olita pulenta que los empuja hacia la arena.
Y es que, posta, la de ellos no es una vida, es un vidón.
2 comentarios:
Ayy me gustó! pero le confieso algo la palabra vidón me fue imposible no asociarla con bidón, y eso. Me reí de mi un rato, porque no tiene sentido, pero me causó gracia.
Feliz de que la haya pasado así de bien allá.
Y yo feliz de haberla pasado bien. Guenas olas. Mucha mente en blanco. Mucho pendejo bardo. Mucho amigo que estaba en la distancia.
Muy bueno.
Yo.
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