Observo la gota entre mis dedos. Es un diminuto prisma, apenas caliente. Una porción del sudor que resbalaba por mi espalda. Y que hace un instante me abría en canal, como una hoja afilada, ardiente.
La apreto, a la gota, entre la punta de mis dedos, como si quisiese aplastar al calor, así de fácil. Pero antes de que termine con ésta, antes de que se evapore, caiga al suelo o vuelva a colarse entre mis poros, una nueva línea de fuego me recorre la espalda.
Y entonces vuelvo a sentir ese calor que anticipa, siempre, la vergüenza de saberme pegoteado a mi camisa.
2 comentarios:
Un noviembre que se nos escapó gota a gota.
Besos
Sip, así fue.
Cordialmente,
Yo.
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