Llegué a casa recordando a mi vieja Dana. Entonces me decidí; entré en la habitación, la tomé por los hombros y le dije:
—¡Quiero un perro!
—...
—¿Me oíste? No me importa si vos no lo querés. Yo lo voy a cuidar. Yo solito.
—...
—¿Me estás ignorando?
—...
—¿Estás ahí?
Entonces encendió la luz y vi, con desilusión, que yo le estaba gritando a un almohadón.
Siguió una queja:
—Dejame dormir.
Le hice caso y me acosté.
3 comentarios:
Los almohadones siempre tienden a esas posturas tan reaccionarias. Yo los rajé de casa hace tiempo, ya.
Prefiero la dureza del caos.
pongase firme e insista!!
nji: ¿la dureza del caos? ¿usa adoquines por almohadas?
vj: sí, tiene razón. ¡Insistiré hasta que me peguen!
Cordialmente,
Yo.
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