Si supongo -y tal vez suponga bien- que la vida es un piolín que uno va desenrollando, presiento que el final debe ser esa maderita cilíndrica, como uno recuerda en aquellos barriletes de papel y madera, esas maquinitas voladoras que nadie remonta ya, en ningún barrio. Y supongo así el final de mi vida, como un palito atado al piolín que un día se suelta y ya está, ya fue.