El baño de mi casa está decorado con fotos de Fernando de Noronha.
Cuando el tiempo era joven unos amigos, sin saberlo, fueron a morir allí. Fundieron sus cuerpos entre el mar y el olvido.
Resurgió el tema hace unos días, cuando leíamos una nota de aquel paraíso. Mi novia -autora de la exposición fotográfica del baño- se amargó creyendo que me apenaban esas fotos.
El recuerdo de una juventud extrema me trae el sabor de la memoria, sabor a sal y algas que la realidad intenta aplacar. Es mi única posibilidad para volver al mundo de los vivos; evocando la imagen de los desheredados, los muertos. Hoy, más que nunca, necesito su memoria y su fuerza.
Explotan los sueños, plagados de recuerdos y sentimientos viejos, humanos, eternos.
No me apena. Me enorgullece saberme allí, detenido el tiempo en un instante mágico, donde una autopista cristalina giraba sobre sí misma.
Sentirme lejos.
Cayendo.
Por siempre vivo en mi audacia suicida.
Esas fotos no me apenan, me reviven.
"La certeza del conflicto entre el mar y yo no me ilusiona ni me alegra. Existe como una certeza que me motiva a remar con más fuerza, buscándome en cada ola, perdiéndome en la caída.
Salgo a la superficie y recuerdo el inicio del conflicto: no soy más que un diminuto punto negro en la superficie del mar. Un anónimo punto, olvidable. Y sin embargo creo ser tantas cosas."
Perú, 13-01-1999
2 comentarios:
A menudo creo que esas viejas fotografías en que extrañamente nos gustamos son altares a donde debemos regresar cada tanto para rendir ofrendas o sacrificios.
N.
Concuerdo totalmente con usted.
Cordialmente,
Yo.
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